23/ALBERTO de Historias grises, de Ulises Naranjo

Viendo la pared del abismo estirar hermosamente sus colores, ¿qué me hace esperar a tocar fondo para dar las gracias? Otra vez en picada ¿Soy yo el que cae indefectiblemente o es el mundo cruel que sube y me despide?¿Estaban estos silbos del viento antes de la precipitación? ¿Dónde se escondía la velocidad cada vez mayor con la que marcho al vientre de otra muerte? Tengo tela para estos asuntos. Si bien es cierto que hay marcas en mi cuerpo, cicatrices que atestiguan otros viajes, poseo, sobre todo, el sentimiento de la belleza que encierra la caída. He aprendido a caer en picada, con la furia de una lanza, o con el hambre en la baba del aguilucho contra las vértebras del cuis. He aprendido a caer como quien simplemente cae, como una bolsa de papas en u tren de Centroamérica. He aprendido a caer en espiral, con la grávida insolencia de Ícaro malherido. Y también he aprendido a caer con la elegancia espaciada de la rosa. Pero no estoy tranquilo todavía. Faltan caídas y restan un par de imágenes más antes de concretar esta nueva versión del fuera abajo. Al mismo tiempo, hay en mí agujeros negros por los que caigo hacia adentro, bocas de tigre, gargantas de agua en la noche sin luna, arenas movedizas tan íntimas movedizas que me he visto deformado en cada uno de sus cristales ventanas sin luz en las que se pierde mi roja cabeza y mi aliento de toro. Silba el viento en mi picada y no suplicaré clemencia: no sé caer de pie como los árboles ni reverenciar como los reyes y obispos. Aquí mi cuerpo, la pared y el viento. Y allí el fondo que se expande generoso y me recibe. Muchas Gracias.