7.9.06

La.T.V.·by.alguien

Ella está sentada en el patio de su casa. Ha estado lloviendo durante toda la tarde. Ella está mirando la lavanda humedecida.
Habrá hecho lo de todos los días. La vereda, el mate, la limpieza de las jaulas de los canarios. La telenovela de la mañana mientras planchaba. Habían pasado la propaganda de un producto nuevo. Un apresto para la ropa. Se propuso comprarlo.
Antes del mediodía había puesto a hervir en un jarrito, dos papas y un pedazo de zapallo.
Puso la mesa y se sentó a comer. Tenía el control remoto del televisor al lado del plato. Empezó a mirar el noticiero como siempre.
Un tiroteo en una calle céntrica de la capital. El derrumbe de un edificio. El panorama financiero y bursátil. Ella se fijó en lo linda que era la blusa que tenía la periodista. Era violeta. Pensó que era un violeta demasiado furioso y corrigió el color del televisor con el control remoto. Pero inmediatamente lo volvió a poner como estaba. Era un color violento. Pensó que ella no se pondría una blusa de ese color. Aunque a la periodista le sentaba bien. Si, le iba bien ese violeta con el perlo castaño claro.
La periodista dijo algo que ella no escuchó porque había estado pensando en otra cosa. Terminó la frase con “las imágenes”.
Las imágenes mostraban un pueblo destruido. Más precisamente una calle. Y el frente de un edificio que parecía funcionar como un hospital.
Las imágenes también mostraban heridos precariamente instalados. Niños llorando. Mujeres vestidas de negro con las caras endurecidas de tanto horror. Y después, las imágenes se centraron en un niño de unos ocho años, con las piernas destrozadas, que esperaba ser atendido. No lloraba ni se quejaba. Estaba solo.
Ella cambió de canal. Siempre miraba dos o tres noticieros a la vez. Ahora una mujer ocupaba la pantalla. Estaba explicando como preparar un plato a base de berenjenas en cinco minutos.
Inmediatamente después de un primer plano de las berenjenas con queso, un periodista anunció el “segmento internacional”. Dijo algo como “la difícil situación del” o “la desesperante situación por la que atraviesa”. Y también algo sobre las Naciones Unidas. Ella empezó a levantar la mesa.
Eran las mimas imágenes. El niño de unos ocho años con las piernas destrozadas, esperaba ser atendido. No lloraba, debía de enfocar su carita angulosa hacia el camarógrafo. Debía de mirarlo con esos grandes ojos verdes pidiéndole una explicación. Cada tanto los párpados se le caían, cansados, y cerraba los ojos.
Ella miró la hora. Estaba por empezar la novela de la tarde. Cambió de canal. Se puso a lavar los platos. Estaba terminando otro noticiero. Nuevamente el niño ocupaba la pantalla. Los ojos verdes del niño la miraban pidiéndole una explicación. Se abrían y cerraban con pereza, cansados, pesados.
Ella se estiró para barrer debajo de la mesa. El niño seguía mirando desde la pantalla con esos grandes ojos. Pero ella ya no prestaba atención. Cómo era posible que se juntara tanta pelusa. Estaba armando un montoncito de basura cuando el televisor lo escupió.
El niño, con las piernas destrozadas, estaba desangrándose en su cocina. Había caído al pie de la escoba. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza inclinada hacia un costado. No lloraba ni se quejaba. La miraba con los ojos verdes infinitamente grandes. Cada tanto los cerraba y el movimiento de los párpados oscuros parecía el vuelo de una mariposa nocturna.
Ella salió corriendo al patio. Empezaba a llover. Se paró debajo de la lluvia. No era posible. No era posible. Esperó a que su respiración volviera a la normalidad y entró nuevamente.
El niño estaba en medio de un charco de sangro sobre el piso de granito gris de su cocina. No lloraba. No se quejaba, la seguía mirando con esos ojos verdes desmesuradamente grandes.
Ella no quiso mirarlo. Le descruzó los brazos y tiró de ellos. Lo arrastró hasta el armario, donde guardaba los escobillones, plumeros, escobas, y lo metió ahí dentro. El niño no se quejó. Seguía mirándola con esos ojos desesperantemente verdes.
Ella fue al lavadero, buscó un balde y un trapo de piso. Primero enguajó la sangre en el trapo. Después limpió el piso de granito gris con un producto con olor a pino y paso varias veces el lampazo.
Miró hacia el armario. Por debajo de la puerta empezaba a asomar la sangre. Ella buscó una toalla vieja y la puso debajo para que absorviese.
Salió al patio. Se sentó en el sillón hamaca. Llovía. Se sentó en el sillón hamaca a mirar la lluvia.